|
·
Presentación del libro La
Iglesia, signo y primicia del Reino:
reflexiones pastorales desde el
Caribe y América Latina, de José David Rodríguez
Coedición
con el CLFT, la Escuela
Luterana de Teología de Chicago y
el Seminario Evangélico de Puerto Rico, 2003
La
nueva publicación del Centro Basilea, en coedición, es este libro de José
David Rodríguez, que presentaremos dentro de unas semanas.
A
continuación, presentamos un fragmento de dicho libro.
ASUMIR LA TRADICIÓN DE LA REFORMA EN FORMA CRÍTICA
Y CONSTRUCTIVA
Todo
lo dicho en párrafos anteriores nos mueve a retomar un punto ya
considerado previamente, pero que deseamos subrayar ahora con mayor énfasis.
Ningún protestante puede asumir hoy la tradición de la Reforma del siglo
XVI, sino en forma crítica y constructiva. De lo contrario estaríamos en
conflicto con el principio protestante mismo. Tenemos que tomar en serio
la situación del mundo en que vivimos hoy, particularmente, el lugar histórico
cultural en que Dios tuvo a bien ubicarnos. Desde ese situs
interrogamos la Biblia, nuestros documentos confesionales y toda la
experiencia histórica de nuestras iglesias y, a la vez, nos dejamos
interrogar por ellos.
No
podemos desconocer que Lutero y los demás reformadores eran personas
situadas y fechadas —ubicados en una circunstancia histórica que no es
la nuestra— y desde allí nos ofrecen un testimonio renovado y liberador
de la fe cristiana. pero es justo reconocer que ellos vivieron dentro de
un “Régimen de cristiandad” y operaban con muchas categorías que
para nosotros hoy no tienen vigencia: las categorías de la llamada Societas
Christiana. Basta recordar el argumento de Lutero (y el emperador
Carlos V) para justificar la persecución de los anabaptistas, invocando
una antigua ley del Código Justiniano que penalizaba la práctica de
rebautizar a las personas que habían recibido el bautismo en su niñez
cuando se incorporaban a las congregaciones de aquellos. Se afirmaba que
en este caso no se perseguía a las personas por razones de fe sino por
violar la ley de la autoridad secular. En otra situación que muchos quisiéramos
olvidar, Calvino entrega al brazo secular al español Miguel de Servet
para ser ejecutado por el delito de negar el dogma de la Trinidad. La
actitud de los reformadores Lutero y Melanchton hacia las misiones obedecía
a que ellos operaban —¿de qué otra forma podría ser?— con una
mentalidad de cristiandad. Melanchton, por ejemplo, sostiene (con Lutero)
que “la Gran Comisión fue dada solamente a los apóstoles que ya la han
cumplido”. Por esta razón la Iglesia no ha de ocuparse del trabajo
misionero. Por otra parte, Melanchton decía que las autoridades civiles
han de ocuparse de la propagación del mensaje cristiano.
Nosotros
vivimos en un mundo en que el Régimen de Cristiandad —aunque continúe
siendo el sueño dorado de algunos líderes religiosos (tanto católico-romanos
como protestantes— ya ha caducado. La nuestra es una sociedad secular,
pluralista y pragmática, que no responde a los valores de lo que por
siglos fue llamada la Societas
Christiana. Ya estamos en los albores de una época que algunos
denominan posmoderna, en la que nuevos contextos axiológicos condicionan
la manera de percibir la realidad y de concebir la fe y la vida cristiana.
Desde hace varias décadas se pronostica el declive de la civilización
occidental y el ocaso del protagonismo de su sujeto histórico. Hoy
tenemos que tomar en cuenta como agentes de la historia otras etnias,
otras culturas, otros mundos que fueron menospreciados por el imperialismo
de la civilización de Occidente, a la cual ha estado ligada estrechamente
la Iglesia cristiana.
La
sociedad puertorriqueña participa ya de esta situación. Es una sociedad
secular, que ha hecho su ingreso, tal vez lento y vacilante pero
irreversible, en lo que Dietrich Bonhoeffer llamaba “el mundo adulto”.
En ese mundo no hay espacio para las premisas religiosas que hacían
inteligible el lenguaje tradicional de la fe. Hoy la iglesia tiene que
tomar conciencia de que vive in
statu missionis, como las comunidades primitivas en el mundo antiguo.
Desde una ubicación consciente en este nuevo mundo es que debemos asumir
la herencia espiritual de la Reforma Protestante. Este nuevo contexto histórico
exige, a nuestro modo de ver, un modelo de Iglesia que se mantenga en
continuidad con el legado de la fe apostólica, renovada desde dentro por
el énfasis evangélico de Lutero y demás reformadores y que a la vez
tenga actualidad y pertinencia para el mundo contemporáneo,
particularmente para el contexto preciso en que viven y militan las
comunidades cristianas puertorriquelas de hoy. Exige sobre todo uan
conversión a la “fe que ha sido transmitida a los santos de una vez y
para siempre”, que genere por la fuerza del Espíritu viviente una nueva
manera de ser Iglesia y una forma de evangelización más audaz e
imaginativa que haga impacto en un mundo pluriforme y complejo como es el
mundo puertorriqueño de hoy.
(pp.
26-29)
|