editorial |
Llegamos al final del 2004 con sentimientos encontrados por los últimos
acontecimientos. A la frustración ocasionada por la reelección de Bush
se agrega el desencanto y la esperanza con que se vislumbran los meses
futuros en América Latina. Los próximos cuatro años estarán marcados,
al parecer, por una política intervencionista que ya ha demostrado los
alcances que puede tener si no se debate y se practica con efectividad el
multilateralismo. Con la muerte de Arafat como trasfondo, el medio Oriente
seguirá siendo un escenario donde los odios, lamentablemente, harán de
las suyas. Ojalá que el proceso de renovación de liderazgos en Palestina
concluya pacíficamente y se renueven los esfuerzos por alcanzar la paz.
Mientras tanto, es de esperarse que también Irak alcance un mínimo de
estabilidad política para que la ocupación termine lo antes posible. Las
Naciones Unidas deberán esforzarse al máximo para que prevalezca el diálogo
por encima de las ansias bélicas que ya se ven asomar, especialmente
entre Estados Unidos y Corea del Norte, al parecer el otro frente que Bush
abrirá en su nueva gestión. Con
el triunfo de la izquierda en Uruguay y los procesos en marcha en contra
de Pinochet en Chile, se abre la puerta para que la impunidad ahora sí
sea desterrada de la vida social e institucional. De no ser así, el
estado de derecho seguirá siendo el gran ausente. Las pugnas y
desencuentros internos en varios países han dado un giro inesperado a los
sucesos, así como lo sucedido en Centroamérica, donde la corrupción se
ha desatado poniendo en riesgo la estabilidad de países aparentemente
libres de ese flagelo hasta hoy, como se suponía que era Costa Rica. La
OEA deberá encontrar en estos meses al sustituto del ex presidente Miguel
Ángel Rodríguez, luego de que se han exhibido sus nexos con
corporaciones francesas y taiwanesas. Los casos de Nicaragua y Panamá no
son menos apremiantes. Eclesialmente,
siguen las convocatorias y esfuerzos para sumar acciones en contra de los
diversos problemas socioeconómicos y políticos. La oposición al libre
mercado ha encontrado en las iglesias un espacio de reflexión,
resistencia y praxis que puede contribuir a valorar de manera más
mesurada los riesgos de imponer criterios dominados por los intereses de
las grandes transnacionales. En
este número presentamos algunas aportaciones que pretenden actualizar la
presencia de la tradición reformada y protestante en medio de la
coyuntura actual. Así, el ensayo histórico de Alicia Mayer va hasta la
raíz: indaga la presencia perturbadora de la imagen de Lutero desde la época
colonial; Salatiel Palomino pone a dialogar la herencia reformada con la
posmodernidad; Samuel Kobia, secretario general del Consejo Mundial de
Iglesias, de paso por Argentina, reflexiona sobre la globalización y la
violencia; y Jorge Pixley se pregunta sobre el impacto de la teología de
origen protestante en América Latina. Finalmente, se rescata un texto de
Hiber Conteris, antiguo militante del movimiento Iglesia y Sociedad en América
Latina (ISAL). |