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Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, de emmanuel lévinas

Israel Flores Olmos

 ¿Podemos sospechar que la moral es una farsa? Esta es la interrogante con que Lévinas abre este ensayo y va a tratar de dar respuesta desde la ética que es por sí misma una óptica. Lo esencial de la ética está en su intención trascendente, va más allá de la Totalidad, del Mismo, de la hipocresía Occidental. La ética es una óptica que va más allá de “lo visto”. De ahí que Lévinas va a transitar de la totalidad hasta la llamada del infinito, la trascendencia, la exterioridad, el rostro que excede dicha totalidad; es un transitar desde la ontología hasta la ética como filosofía primera.

1. El Mismo y lo Otro

“La verdadera vida está ausente”, así inicia Lévinas esta primera parte de su ensayo. La metafísica se dirige a “otra parte”, a lo “otro”. Lo Otro metafísicamente deseado tiende “hacia lo totalmente otro, hacia lo absolutamente otro”, el deseo metafísico es ruptura con la totalidad que va hacia lo infinito. El infinito, la trascendencia del rostro del otro, el ente del cual se puede tener una idea cuyo contenido la desborda, no es una representación del infinito, ya que esto implicaría un horizonte ontológico a la luz del ser en el mundo. El infinito es la nueva fuente de la actividad y la teoría. La infinición del infinito se da en la relación de “lo mismo” y “lo otro”. De este modo, se da un movimiento, un éxodo de este mundo, donde la vida está ausente; surge la metafísica como movimiento hacia otro modo.

La relación con el otro es deseo metafísico, que es deseo de lo absolutamente Otro. ¿Cómo se da esta relación entre el Mismo y el Otro? Es una alteridad, la cual solo es posible a partir del Yo, ya que para que la alteridad se de es necesario “un pensamiento”. El Otro metafísico es una alteridad que no es formal. El Otro no limita al Mismo, de ser así el Otro no sería rigurosamente Otro, sino el Mismo por la comunidad de frontera. Entre el Mismo y el Otro no se pierde la distancia, sino que se mantiene, ya que la relación funciona como discurso, “en el que el Mismo, resumido en su ipseidad de “yo”-de ente particular único y autóctono- sale de sí”, por el discurso se impide que la relación entre el Mismo y el Otro se de la Totalidad. La relación es en lenguaje en donde el Mismo se ve forzado a salir de sí y el otro no corre el riesgo de perder su alteridad. El Otro es el Otro, se niega al sistema, pero no es negatividad, ya que esta no es capaz de trascendencia. El Otro no quiere “transformarse” en el Mismo, no es negatividad del ser, sino que es otro modo, pero no otro modo de ser del mismo.

Para Lévinas la metafísica precede la ontología. En la alteridad del Otro al Mismo, se da el cuestionamiento de la espontaneidad del Mismo, como ética. Es un cuestionamiento del Otro hacia el mismo, crítica del saber. Ahora bien. Lévinas ha expuesto antes que la teoría como “inteligencia de los seres” es “ontología que retorna lo Otro al Mismo”, pero “antes” de esta inteligencia de los seres, se da el cuestionamiento del Mismo por el Otro, como ya se dijo; y dado que el cuestionamiento, que “la crítica precede al dogmatismo, la metafísica precede a la ontología”. Lévinas critica así el concepto de teoría como saber que le quita al otro su alteridad y junto con esta crítica al concepto de teoría también critica el concepto al de libertad, entendida esta como el no recibir nada fuera de mí. Así entendida la libertad, el conocimiento solo es identidad de sí, no abierto al otro, y aquí hace una crítica a la tradición filosófica Occidental en cuanto al concepto de libertad:

 

Si la libertad denota el modo de permanecer el Mismo en el seno de lo Otro, el saber (en el que el ente, por la mediación del ser impersonal, se da) contiene el sentido último de la libertad. Se opondría a la justicia que comporta obligaciones frente a un ente que se niega a darse, frente a Otro que, en ese sentido sería ente por excelencia

Así entendida la libertad, hace del otro, lo mismo, le quita su alteridad ya que conocer es suspender al Otro para compreerlo, para hacerlo lo mismo, asegura la autarquía del Yo. Una filosofía en donde no se cuestiona al Mismo, es según Lévinas una filosofía del poder que es por esencia asesino de lo Otro, una filosofía de la injusticia, esto es la ontología como filosofía primera. Lévinas se plantea en este ensayo la consideración del Otro como filosofía primera, ética “comunidad anónima, la sociedad del Yo con el Otro, lenguaje y bondad”.

Lévinas continúa su exposición con la trascendencia como idea de infinito. El yo, provocado por el deseo metafísico es empujado a salir de sí, se trasciende por el otro, la trascendencia es el único ideatum del cual no puede haber más que una idea en nosotros pero que está infinitamente alejado de su idea, es exterior, porque es infinito. Es pues recibir del Otro más allá de la capacidad del Yo, tener la idea de lo infinito. Por otro lado “el modo por el cual se presenta el Otro, que supera la idea de lo Otro en mi, lo llamamos, en efecto, rostro”. Por su parte el Deseo se produce en la relación entre el “yo que conoce” y el “ser conocido”, Deseo es el infinito en lo finito, es el “más” en “lo menos”.

Lévinas continúa con la relación entre separación y discurso. La idea de lo infinito supone la separación entre el Mismo y el Otro, pero esta separación, como ya se explicó no es una negatividad, ni una oposición. La separación del Mismo es también una resistencia a la totalidad, ya que la separación del Mismo que se produce como un psiquismo, es un acontecimiento en el ser que se opone a la totalización de su ser, es una separación radical. Pero gracias a esa interioridad y esa conciencia del yo es que se puede dar la relación con el “otro”. La interioridad que piensa, que toma conciencia de su historia, de su tiempo, irrumpe también en la historia a partir de intenciones interiores.

La separación atea que es exigida por la idea de lo infinito, se vuelca por el deseo hacia el otro, la busqueda de esa reunión, es la verdad. La verdad no se da porque falte algo, sino por ese deseo metafísico. “La idea de exterioridad que guía la búsqueda de la verdad, solo es posible como idea de lo Infinito”. La verdad surge precisamente cuando un ser separado del otro le habla, lenguaje. Así en Lévinas, “Separación, e interioridad, verdad y lenguaje, constituyen las categorías de la idea de lo infinito o de la metafísica”.

El rostro que se presenta ya es discurso, ya que el rostro del otro “significa”, tiene sentido. Discurso es relación original con el ser exterior. Pero no todo discurso es relación con la exterioridad. La retórica que busca el asentimiento del otro, rompe con la libertad, la retórica es propaganda, adulación, diplomacia, es injusticia. En cambio, la relación del discurso en el cara-a-cara, discurso que deja ser, la verdad se conecta la relación social que es justicia, “la verdad consiste en reconocer en el otro a mi maestro”; pero hay que reparar en que “sólo lo absolutamente extraño nos puede instruir” y solo el hombre me puede ser absolutamente extraño, solo los hombres libres pueden ser extraños mutuamente, ya que la libertad que les es “común” es lo que los separa. La trascendencia del otro es su ausencia de éste mundo al que entra, pero se hace presente como indigente, como el que padece frío, como extranjero, despojado y desnudo. La mirada del otro que no tiene nada y que con dicha mirar suplica y exige toso porque tiene derecho a todo, es epifanía del rostro como rostro, su desnudez es indigencia, reconocer al Otro es dar, pero dar al maestro, “al señor que se le aborda como Usted en una dimensión de grandeza”. El hablar es parte de ese dar y ahi el lenguaje no es la universalidad de una serie de conceptos, sino la base de una posesión común, hablar es volver el mundo común, Lévinas expresará así la relación del cara-a- cara.

El Mismo y el Otro no podrían entrar en un conocimiento que los abarcara. Las relaciones que sostienen el ser separado con el que lo trasciende no se producen sobre el fondo de la totalidad, ni se cristalizan en el sistema. ¿Pero no lo designamos en conjunto? La síntesis formal de la palabra que los designa juntos es ya parte de un discurso, es decir, de conjunción de trascendencia, que rompe la totalidad. La conjunción entre el Mismo y el Otro en la que se sostiene, su vecindad verbal, es el recibimiento de frente y de cara del Otro por mí. Conjunción irreducible a la totalidad, porque la posición del “frente a frente” no es una modificación del “junto a..”.

Lévinas continúa en la tercera parte de este primer capítulo con la relación entre verdad y justicia. Aquí Lévinas va criticar la libertad como espontaneidad del yo. La crítica a esa espontaneidad del yo viene del interlocutor sobre el que “yo no puedo poder”. Recibir al Otro es cuestionar mi libertad, ya que me conduce más allá del cogito. Cuando el sujeto es “para sí”, ese imperialismo del Mismo que se posee, que se domina, es toda la esencia de la libertad, pero el otro se impone ante tal imperialismo, indica el fin de mis poderes ya que desborda toda idea que puedo tener de él, la presencia el Otro inviste la libertad. Ahí está la esencia de la razón, según Lévinas, en que no le permita al hombre asegurar su fundamento y sus poderes, sino que cuestiona e invita a la justicia

2. Interioridad y economía

La segunda parte de esta obra está dedicada al Mismo a su realización y expresión en el ámbito de la vida, en el gozo y la representación, la separación, la morada y la economía, pero Lévinas pone de manifiesto que cada una de estos aspectos que encierran la vida del Mismo, del yo, si bien se dan en la totalidad, son también la pauta para la relación con el Otro.

En primera instancia Lévinas menciona que el Mismo vive “en lo de sí”, que es donde se dan las relaciones, en su mismo seno se produce el intervalo de separación, pero que sin embargo permite gozar de aquello de lo que se vive, del “vivir de”. Hay una dependencia del “vivir de”, pero cuando se goza de eso de lo cual de vive, ya no hay dependencia sino más bien independencia, el gozo hace que las cosas de lo que se vive no sean ya más que utensilios, sino que encuentran un fin: la felicidad. De este modo, las cosas de las que se vive y que encuentran dicho fin, se tornan en contenido de la vida, es una transmutación del Otro en Mismo. La vida que goza de las cosas que encuentran su fin en la felicidad puede amarse, la vida es amor a la vida, y la relación con contenidos que no son mi ser, conforman el premio de la vida. El viviente que goza el contenido de la vida es un ser separado e independiente, ya que de lo que vivimos no nos esclaviza, sino que lo gozamos, la felicidad es, para Lévinas, realización y no la ausencia de necesidades

El contenido del gozo es siempre lo otro, “el gozo es el remolino del Mismo, no es ignorancia del otro sino su explotación” , el gozo es la exaltación del ente a secas. El ente es autónomo con relación al ser, “el ente por excelencia es el hombre” , dirá Lvinas. Pero dicho ente habita en la “morada” que es el “en lo de sí”, y desde dicha morada el ente se abre hacia el mundo y donde se retira del mundo también. El va hacia fuera desde la intimidad en donde la toma de conciencia del mundo es ya a través de un mundo. Esta morada se da en la intimidad, pero dicha intimidad implica a un alguien, este recogimiento implica una intimidad con alguien que está ausente, el Otro que me recibe en la intimidad, éste otro dirá Lévinas es la Mujer, la alteridad femenina, la casa. Es necesario agregar que de ningún modo se trata aquí de sostener, afrontando el ridículo, la verdad o la contra-verdad empírica que toda casa de hecho supone una mujer? Lo femenino ha sido recobrado en éste análisis de hecho como uno de los puntos cardinales del horizonte en el que se coloca la vida interior, y la ausencia empírica del ser humano de “sexo femenino” en una morada no cambia en nada la dimensión de la feminidad que permanece abierta aquí, con el recibimiento mismo de la morada.

 Lévinas continúa definiendo las relaciones del mismo desde lo de sí, el modo de la habitación el cual siempre es anterior a todas las demás relaciones, es decir, que hay relaciones del ente humano son anteriores al su ser en el mundo y el ente humano toma conciencia de ellas, tales como lo corporal, el trabajo, la posesión y la representación en la que por ejemplo esta última está definida como “una determinación del Otro por el Mismo, sin que el Mismo sea determinado por el Otro”. Es en esta pare en donde Lévinas va a plantear más claramente el papel del lenguaje en la producción positiva de la relación pacífica, sin frontera y sin negatividad con el Otro. Desde la habitación y por medio del lenguaje se da pues la relación con el Otro, específicamente como hospitalidad. Pero también, en “la relación con el otro, la trascendencia, consiste en decir el mundo al Otro”, la palabra juega un papel importante, “instaura un mundo en común” .

3. Rostro y exterioridad

Lévinas va exponer aquí en primer lugar, el privilegio de la visión en la relación con el Otro. Si bien, el recibimiento del rostro se da fundamentalmente en el lenguaje, la visión no queda excluida, al contrario, la visión supone tanto el ojo, la cosa y la luz. La visón ve al objeto en la luz e invita a tocarlo, al tacto, implica una relación de significación, y sin embargo, la luz condiciona las relaciones entre los datos, por ello, finalmente para Lévinas, la visión no es una trascendencia, la luz muestra el espacio vacío o limita al objeto siendo la visón pues, “una condición de significación lateral de las cosas en el Mismo”, la luz muestra la forma de las cosas, pero bajo la forma, las cosas se ocultan, la visón al ser sensible, está condicionado por el mismo, a sus facultades, a la luz o a la obscuridad, la visón domina a los seres, ejerce un poder sobre ellos. Más bien, la posición de cara, el rostro se mantiene en relación conmigo por el discurso y no por la visión. Discurso que cuestiona el Yo, este cuestionamiento parte del otro, no del mismo.

La relación del otro por el discurso no violenta al Mismo, su resistencia no obra negativamente, sino que más bien “tiene una estructura positiva: ética”, el otro se revela, aunque en su epifanía niega la posesión de mis poderes, desafía así mi poder de poder. “El ser que se expresa impone, pero precisamente desde su miseria y desde su desnudez –desde su hambre- sin que pueda hacer oídos sordos a su llamado”, por el rostro del otro, que se abre en el discurso, no me puedo ocultar en el silencio. El plano ético precede al plano de la ontología, ya que la relación del ente del Otro y el ente del Mismo en anterior a la especulación de un ente sobre el ser de otro, y como ya se dijo esta relación, este cara-a-cara se da en el discurso, en el lenguaje que instaura la significación. Pero Lévinas va más allá y dice que el lenguaje funda la razón cuando es instaurado por el cara-a-cara: “Si el cara-acara funda el lenguaje, si el rostro aporta la primera significación, instaura la significación misma en el ser, el lenguaje no sirve solamente a la razón, sino que es la razón”, la racionalidad del lenguaje, como racionalidad primera es lo infinito que se presenta en el rostro y es primera significación que rompe con lo impersonal dando acceso a Yo de una relación. En el lenguaje, pues, el Yo es capaz de socializar.

Lévinas da un paso más, en la socialización se me presenta el rostro del Otro en su desnudez, indigente, pobre y extranjero y estas son expresión del otro que me cuestiona, de esta forma este pobre y extranjero se presenta como igual ante un tercero que nos mira y es toda la humanidad, esta relación con el otro es mandato, señala mi responsabilidad, es exhortación, la palabra profética.

En la tercera parte de este capítulo, se expone la relación ética y el tiempo. Aquí Lévinas irá cerrando algunos de los temas que ha desarrollado en toda la obra. Pero es notoria la respuesta que da a Heidegger sobre la relación del ser y el tiempo, para Lévinas,

El tiempo es precisamente el hecho de que toda la existencia del ser mortal –ofrecido a la violencia- no es el ser para la muerte, sino el “aun no” que es una modalidad de ser contra la muerte, una retirada frente a la muerte en el seno mismo de su cercanía inexorable.

La capacidad de los seres para la guerra es precisamente la posibilidad que se tiene para la paz. En la guerra los seres se niega a pertenecer a una totalidad, se da una definición por su sí, en la guerra el ser es conciente de su interioridad y quien se aleja de la guerra se acerca a la muerte, en la guerra se reconoce la realidad del tiempo que separa al ser de su muerte. Ahora bien, hay una relación entre la muerte, la voluntad y el cuerpo. La voluntad que se separa de su obra, se expone a la violencia que puede doblegar dicha voluntad, esto se da en el cuerpo que puede por un lado avanzar hacia la voluntad o bien sabotearla, resistírsele, el cuerpo es pues el protagonista de la paradoja: va hacia la muerte, pero a la vez es una prórroga de ella. “Ser temporalmente es ser a la vez para la muerte y tener aún tiempo, ser contra la muerte”.

De aquí en adelante Lévinas estará tratando sobre la relación entre la voluntad, el tiempo y la muerte que junto a otros temas como la paciencia, el odio, el sufrimiento, la libertad, etc, desembocan en el paso de la voluntad propia a la bondad que por su relación con el oro, va más allá del Yo mismo y se presenta la posibilidad de no ser para la muerte, sino precisamente, ser para el Otro.

4. Más allá del rostro

En este último capítulo, Lévinas desarrolla la temática del amor, la fecundad y el eros. En el plano del amor y la fecundidad el yo, por la epifanía del Otro, se transporta más allá de la muerte y evita el retorno a sí. Lévinas trata mostrar aquí, en primer lugar, que no solo es el lenguaje y el deseo, sino el amor el que nos acerca al Otro, inclusive, por éste la trascendencia va más lejos y a la vez más cerca que el lenguaje en su relación con el Otro.

En cuanto al Eros, se presenta como contacto, como caricia que consiste en “no apresar nada”, es sensibilidad. La caricia no busca apresar, poseer, dominar una libertad hostil, hacer de ella su objeto, la caricia “busca lo que no es aún”.

 Eros va más allá del rostro, pero la voluptuosidad de la relación entre los amantes, por otro lado, excluye al tercero, es “intimidad, soledad de dos, sociedad cerrada, lo no-público por excelencia”. Pero por esa relación se da una nueva categoría, la presentación del porvenir, que se aleja de este amarse a sí mismo (por cuanto amo al amor que me tiene la amada), esa categoría nueva que rompe con ese retornar a sí mismo es la relación con el hijo.

De este modo, “la fecundidad testimonia una unidad que no se opone a la multiplicidad, sino que, en el sentido preciso del término, la engendra”.

Finalmente Lévinas regresa a la relación de lo infinito y el tiempo, pero ahora lo hace vía la fecundidad, más precisamente, por el hijo y dice:

 Por la fecundidad detengo un tiempo infinito necesario para que la verdad se diga; para que el particularismo de la apología se convierta en bondad eficaz que mantiene el yo de la apología en su particularidad, sin que la historia quiebre y triture este acuerdo pretendidamente subjetivo.

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