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PROTESTANTISMO, DIVERSIDAD Y TOLERANCIA: CONVERSACIÓN CON CARLOS MONSIVÁIS Carlos Martínez García Publicada originalmente en la revista española www.protestantedigital.com
, núm. 11, 14 de noviembre de 2003 Es un intelectual mexicano de primera línea. Referencia obligada para
entender los cambios culturales en América Latina. Carlos Monsiváis es,
a decir de muchos que han intentado seguirle los pasos a su obra escrita,
inabarcable y por la vastedad de sus intereses y variada formación un
personaje difícil de aprehender por quienes gustan de hacer
clasificaciones intelectuales e ideológicas. Este autor tan presente en
el periodismo mexicano y las revistas culturales latinoamericanas,
recientemente fue conocido más ampliamente en España –más allá de de
los círculos españoles interesados en los asuntos del otrora llamado
Nuevo Mundo- gracias a que en el año 2000 obtuvo el prestigiado, y
prestigiante para quien lo recibe, Premio Anagrama de Ensayo por su libro
Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina. Para orientar al
público español acerca de lo que representa Monsiváis, los editores lo
presentan como “uno de los grandes intelectuales latinoamericanos de
nuestro tiempo y una conciencia crítica, lúcida e insobornable… un
punto de referencia ineludible en su país”. En
el libro que le valió el premio citado de forma unánime por el jurado
que integraron Fernando Savater, Salvador Clotas, Román Gubern, Xavier
Rubert de Ventós, Vicente Verdú y Jorge Herralde, el acucioso analista
Carlos Monsiváis se refiere a las transformaciones religiosas y
culturales experimentadas en Latinoamérica en la segunda mitad del siglo
XX: “la intolerancia religiosa sigue al frente, como lo demuestra la
persecución a los protestantes en nombre de la ‘defensa de la identidad
nacional’. La religión católica es omnímoda, los otros credos son
minoritarios en extremo y la hostilidad antiprotestante se vierte en campañas
de odio con gran costo de vidas y propiedades. Pero desde 1960 se produce
una transformación inesperada. Por causas que van de la gana de
pertenecer a una comunidad compacta al abandono del alcoholismo, millones
de personas se convierten en América Latina a las religiones evangélicas,
en especial al pentecostalismo, y los credos paraprotestantes (Mormones,
Testigos de Jehová). Los obispos y los antropólogos marxistas hablan
despectivamente de las ‘sectas’ y de la traición a la identidad, pero
el número de conversos crece en Brasil, Chile, Centroamérica, México,
Perú”. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos publicó en México una
obra de Carlos Monsiváis, en la que quien esto escribe tiene una
participación coautorial, titulada Protestantismo, diversidad y
tolerancia. En exclusiva para Protestante Digital, conversamos con el
reconocido escritor sobre su particular interés porque haya respeto público
hacia las minorías protestantes. En tus escritos recopilados en el libro Protestantismo, diversidad y
tolerancia, se constata la preocupación que de mucho tiempo has tenido en
la defensa de los derechos de las minorías religiosas. ¿De dónde viene ese interés? En primer lugar por un asunto de formación personal. Vengo de una
familia protestante de largo tiempo en México, lo cual no suele ser muy
habitual. Por tanto he comprobado cómo la persecución ha sido no sólo
inicua y monstruosa, sino dirigida, también, contra una minoría que en
lo fundamental procura llevar vidas responsables; procura practicar la
honradez y tiene una ética del trabajo, de la convivencia, no diría que
ejemplar porque eso no existe en ningún lado, pero que se acerca a la
ejemplaridad en muchísimos casos y que, sobre todo, intenta una
responsabilidad de acuerdo a la creencia en la relación personal con
Dios. Entonces viniendo de esa familia, y constándome lo que ha
significado la persecución en el medio protestante, y sobre todo en los
medios regionales, que antes se llamaban de provincia, y constándome
también el tipo de vida que los protestantes llevan, aun cuando la mayoría
esté en desacuerdo con las creencias y ridiculice el modo en
que se profesen las convicciones, se tiene que admitir que son
—en el sentido de la honradez, de la práctica de la vida cotidiana, etcétera—
minorías que tienen mucho que ver con el ejercicio ciudadano de la mejor
manera. Todo esto me llevó a interesarme, porque es un asunto que viví
desde niño, en la defensa de los derechos religiosos de las minorías. Además de la experiencia personal, familiar, de conocer de primera mano
el tema, en un país que se va pluralizando, diversificando, cada vez más
en todos los terrenos, ¿qué otras razones encuentras para defender a las
minorías religiosas? Hay las que te marcan la Constitución mexicana, las que te marca la
convicción creciente que los derechos humanos son la gran fuerza
unificadora de la nueva conciencia nacional e internacional. Y están las
que te marcan simplemente la saña, la estupidez, la absoluta incuria y la
barbarie de los que persiguen. Si uno no reacciona ante esto, estamos de
alguna manera renunciando a una visión integral de los derechos humanos,
y esto es lo que ha pasado en México. No se puede hablar con tanta
tranquilidad de los derechos humanos cuando se ve lo que ha sido la
persecución criminal, homicida, y además ilegal desde cualquier punto de
vista, de las minorías religiosas. ¿Por qué este tema de la violación a los derechos de las minorías
religiosas no levanta solidaridad entre la intelectualidad, en las fuerzas
llamadas progresistas? Tampoco levanta solidaridad entre quienes se dicen cristianos auténticos
de la zona católica. Pienso que la razón es porque no han considerado a
los protestantes verdaderos ciudadanos, o verdaderos conacionales. Esta ha
sido siempre la idea de la ajenidad, tanto en lo que se refiere a sus
derechos humanos, como en su pertenencia a la nación, lo que lleva a la
indiferencia. Como se piensa que los protestantes son desnacionalizados de
antemano, o que la profesión de sus convicciones los aleja de lo que es
la verdadera experiencia nacional, se desentienden muy fácilmente de lo
que les suceda porque no les sucede a mexicanos. No te lo dirían jamás
con estas palabras, nunca lo aceptarían de este modo, pero sí lo
practican, y entonces me parece que aquí la conducta es el testimonio que
deberemos tomar en cuenta. No han considerado a los protestantes
mexicanos, y por tanto lo que les pasa sucede en otro país.
¿Tú crees que ahora, dado que en el país existe una conciencia mayor
sobre la defensa de los derechos humanos que la prevaleciente hace algunos
años, tenemos un mejor panorama para las minorías religiosas? Todavía no hay un mejor panorama para estas minorías, porque todavía
se sigue considerando ajeno, extraño, exótico al protestantismo. No se
ha concebido, verdaderamente, la pluralidad de creencias porque se sigue
profesando, en el fondo e íntimamente, la absoluta necedad marcada por
legiones de obispos de que los mexicanos puedan ser incluso ateos pero que
todos son guadalupanos. Desde esta base ya está expulsando de la
mexicanidad, o de la condición mexicana, o de la nacionalidad, o de la
protección de las leyes, a todos aquellos que no somos guadalupanos. Yo me reivindico como mexicano porque eso dicen mis papeles y eso asegura
mi pasaporte, y porque nadie me ha exigido que para conseguir mi pasaporte
tengo yo que ser guadalupano. Entonces me resulta cada vez más
inconcebible que esta banalidad, esta creencia estadístico mística de
que si somos mexicanos somos guadalupanos, todavía continué ejerciendo
una influencia suficiente como para que las personas cuando ven la
persecución contra los protestantes sientan que sucede en otro país.
Tu opinión sobre el creciente protagonismo clerical católico, las
actitudes de altos funcionarios gubernamentales, que pareciera renuncian
al estado laico o, por lo menos, lo van disminuyendo con sus actitudes
personales. Me parece muy bien que sean creyentes, me parece muy bien incluso que
sean sumamente devotos. Me parece muy mal que concilien su posición en el
gobierno con su extrema devoción. Creo que este ha sido el caso de la
Secretaría de Gobernación, de la Subsecretaría de Asuntos Religiosos,
aunque digan lo contrario y aunque expresen su laicismo todo el día. Creo
que es el mismo caso de varios gobernadores, de numerosos presidentes
municipales, y de, por ejemplo, el Secretario del Trabajo, el señor Carlos Abascal, que el primer día de su toma de
posesión reúne a los funcionarios de la Secretaría para decirles que la
institución esta bajo la advocación de la virgen de Guadalupe. Me parece
muy bien si, al mismo tiempo, dice que está bajo la advocación de Buda,
bajo la advocación de Vishnú, bajo la advocación de lo que cada persona
decida que es su advocación. Una vez hechas todas esas advocaciones hay
que decirle que no puede estar la Secretaría del Trabajo bajo esas
advocaciones, aunque sean tan numerosas y representen tantas convicciones,
porque es un organismo laico de protección de los derechos de los
trabajadores, así de simple. Pero esto no ocurre porque todavía se
piensa que lo contrario del jacobinismo es la entrega de los intereses del
Estado mexicano a la confesión católica. Y a eso hay que oponerse porque
contraría no sólo la Constitución, contraría los derechos humanos, la
lógica elemental, y la riqueza que ha traído consigo la secularización.
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